“Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, siempre con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo. Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta.…” así empezaba Sacheri uno -para mi- el mejor cuento escrito sobre Maradona y el sentimiento que miles de argentinos tenemos aun con él. Y básicamente en el cuento el personaje -el propio Sacheri- admite que no puede juzgarlo igual que al resto de las personas por todo lo que nos dio.
Y algo así nos pasa con Cristina. Quiero dejar en claro una cosa: Mi admiración por Cristina es casi maradoniana. Así que, el que quiera encontrar un “anticristinista” en mí, va por mal camino.
La conformación del cierre de listas, de lo que era (o es) el Frente de Todos, hoy Unión por la Patria, nos llevó a muchos ante un dilema similar del personaje del cuento. La centralidad de las decisiones de Cristina -que tiene políticamente el mayor caudal de votos- y esa incondicionalidad de muchos de los compañeros, por su historia, nos puso en lugares incomodos. Algunos justificándose, culposamente al límite de la esquizofrenia doctrinaria, apoyan a Massa, tratando de disfrazar su decisión con la débil excusa de la disciplina partidaria.
Pero hay varios que no nos basta y asumimos tomar otro camino, somos lo que no podemos seguir en el espacio en que Massa sea el candidato a presidente, por más que lo ponga Cristina. Las razones son múltiples, pero en el fondo, no necesitan explicarse. Y de ninguna manera las decisiones que tome cualquier militante, quedarse o irse, deben ser tomadas como egoístas o de deslealtad, no es fácil quedarse y tampoco es fácil irse del espacio que habita espiritualmente con compañeros. En mi caso, cuando se nos fuerza tanto a aceptar una decisión de la conducción es porque, en los hechos, uno no se siente conducido ni representado. Tampoco caigamos en el cliché de hablar de traidores, ya no, mil videos demuestran la razón.
Llegamos acá por una conducción que todos estos años fue errática y en vez de construir una alternativa que sintetice los principios y valores del peronismo, solo hizo oposición a Alberto para terminar poniendo a Massa como candidato del legado de Néstor. Cristina, no únicamente pero si quien encabeza la conducción actual del espacio, fueron los que tomaron las decisiones y formalizado el pacto que luego de firmado se lo comunicaron a la militancia. Es esa conducción la responsable y debe ser analizada, por este presente y es un error hacerlo poniendo en juego solo la perspectiva histórica de la figura de CFK. Tampoco acepto, otra vez, el argumento del pragmatismo, la derechización de la sociedad y la relación de fuerzas, capaz no se, nos olvidamos del “flaco” que dijo “No vine a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada…”. Así que, me van a tener que disculpar, no me pregunten por Cristina, no quiero hablar yo recuerdo a la que estaba con Néstor y vuelvo al cuento de Sacheri: “Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria”.